El precio de no involucrarse
Es demasiada la gente que se queja. La paradoja es que se
trata de los mismos que hacen bastante poco por cambiar el curso de los
acontecimientos. A ellos les molesta mucho lo que ocurre a diario pero, a la
hora de participar, despliegan una interminable lista de razones por las cuales
no serán de la partida y delegarán en otros esa vital tarea. ![descarga (6)](file:///C:/DOCUME~1/PATOLU~1/CONFIG~1/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image001.jpg)
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Muchos prefieren ser solo
espectadores de lo que sucede y en modo alguno tomar la responsabilidad de
asumir el protagonismo necesario que les permita modificar la realidad. AEdmund Burke se le atribuye aquella frase que dice que ‘lo único que necesita el mal para
triunfar es que los hombres buenos no hagan nada’. Una descripción casi perfecta de la actualidad.
Una sensación generalizada invade a
la sociedad, y es que la política no ofrece a los mejores. Se dice que son
mediocres, que no tienen ideas y que abundan los deshonestos en esa labor. No
menos cierto es que esas características son más que frecuentes también en
otras áreas del quehacer cívico. Es que la dirigencia en general no es muy
diferente en promedio. Quienes lideran las organizaciones de la sociedad civil, trátese de
clubes, comisiones barriales, consorcios de los edificios, sindicatos,
entidades empresarias o colegiaciones profesionales, no escapan a esta regla
casi universal y, en todo caso, no hacen más que confirmarla.
Obviamente que también están las
excepciones. Existe gente fuera de serie, especial, con grandes aptitudes. Pero
el problema es, precisamente, que la participación de estos individuos no
remite a un hecho habitual y frecuente, sino a algo bastante inusual y, por lo
tanto, escaso.
Es evidente que los mejores no ocupan
los lugares claves de conducción y queda claro que ello no es casualidad. Existe una deliberada decisión
individual de no ser parte. Eso es
innegable. Los más capaces parecen haber elegido premeditadamente no
participar, no integrarse, ni cooperar en lo mínimo.
Muchos afirman que no quieren ensuciarse, que la política implica embarrarse y que, entonces, la
determinación pasa por no ingresar a ese mundo infinitamente ingrato. Otros
creen que solo han optado por dedicarse por completo a lo profesional, a los
negocios, a la actividad propia, suponiendo que, así, es posible progresar.
Cualquiera sea la razón que lleve a
estas personas a no sumarse al necesario proceso de cambio, lo que es
indudable, es que el sendero seleccionado no resulta gratuito. Esta decisión
tiene un enorme costo directo en la vida de cada ciudadano y en el de la comunidad
toda.
Ser gobernado por mediocres, o inclusive por los peores, tiene
consecuencias que están a la vista. Solo así puede explicarse que
naciones con abundantes riquezas naturales, con tantas posibilidades de
desarrollo, hayan sido pésimamente administradas y que convivan con la pobreza.
Hay que poner gran ahínco para lograr
tan malos rendimientos, en tan poco tiempo. La ineptitud es la verdadera madre de estos infinitos
fracasos y de los innumerables desaciertos que pueden recordarse.
Como los incompetentes no pueden
gobernar con habilidad, orientan sus energías a construir ingeniosos mecanismos
para saquear a los ciudadanos y quedarse con el fruto de su esfuerzo. Cabe reconocer que han
demostrado una notable destreza y que han sido inmensamente eficaces para
generar corrupción. Sin ellos, este presente no sería posible.
Los más sobresalientes suelen ser
excelentes en lo suyo, pero tal vez no sean tan inteligentes como parecen.
Ellos creen estar a salvo de todo en su actividad o haciendo lo que saben, siempre en el ámbito de lo privado. Después de todo,
para eso se han preparado a lo largo de sus vidas. No han percibido que no alcanza
con ser exitosos. Eso no sirve, al menos no en sociedades como éstas, en donde
el poder es ejercido exclusivamente por los peores.
Nadie espera que los mejores ingresen
masivamente a los partidos políticos. Solo sería deseable si pudieran
garantizar que disponen de la fortaleza moral suficiente para no claudicar
frente a las múltiples tentaciones que propone el poder. Las agrupaciones
políticas pueden ser el instrumento apto para cambiar el estado de cosas y
corregir el rumbo.
Pero existe otra alternativa. Los
partidos configuran una variante, la más habitual, pero no la única. Tampoco
puede pretenderse que individuos con un colosal talento, abandonen sus
profesiones y oficios. Pero, si al menos pudieran integrarse a la sociedad
civil en cualquiera de las diversas oportunidades existentes, si le dedicaran
solo parte de su tiempo, dinero y sacrificio a ser protagonistas en serio y
comprometerse, tal vez podría escribirse el futuro de otra manera, y soñar con
una sociedad mejor.
http://www.elojodigital.com/contenido/13475-el-precio-de-no-involucrarse
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